martes, 4 de enero de 2022

Segundo de pandemia

Seguimos montados en ese tren en el que mes a mes vamos narrando historias y vivencias, charlas con nuestros mayores, y relatos que tengan que ver con el territorio que habito, un lugar rodeado de valles y montañas, de las que intento con mas voluntad que sapiencia abrir esa ventana que me proporciona esta revista, para que podáis asomaros a ese paisaje que tanto quiero y procuro compartir con todos vosotros. Dos años llevamos, en que nuestras vidas pegaron un cambio radical. Nuestras relaciones, los encuentros sociales, los hábitos de conducta, la vida en general, nos obligó a escoger bien nuestros pasos. En algunos casos en contra de nuestras convicciones, pero la alternativa era peor y muchos la padecieron confinados o en las camas de un hospital, incluso a costa de sus vidas. Los planes y proyectos, incluso a corto plazo, no podemos hacer ninguno, porque en cuestión de horas se pueden truncar, como paso con un acto en el que premiaban con un zurrón (especie de mochila que usan los pastores, fabricada con la piel de un cabrito) la colaboración, junto con mi hermano, en la difusión de este parque de Redes, a través de nuestras fotos y artículos, como los que publica mensualmente esta revista. De momento está suspendido por un contagio de un directivo de la asociación que lo concede. Contaba con dedicarle el artículo de este mes, pero tendrá que esperar. Mientras celebrábamos en familia la cena de nochevieja un extraño olor a quemado nos alarmó, pensando que podría provenir de la propia casa con abundante madera en su estructura. Miramos bien por todos lados, pero lo que vimos a través de las ventanas era un gran incendio forestal que teñía el cielo de rojo. De ahí provenía el olor, asi como la ceniza que como copos de nieve iluminaban las luces de las farolas. Al ser de noche los helicópteros de los bomberos no pudieron actuar, y el brindis y las uvas, tuvieron un sabor amargo.
Los pirómanos sacrificaron la cena para provocar esa herida letal que tiñe de negro muchas hectáreas de monte, afectando en algunos casos a arbolado, incluso cabañas y animales. Cuando por la mañana nos despertó el peculiar ruido de las aspas de los helicópteros anti incendios, que cargaban agua en el cercano embalse para tratar de sofocar el fuego, una tierra negra y humeante se ofrecía ante nuestros ojos. Y lo peor es que surgían nuevos focos, que hicieron que durante todo el primer día del año la niebla convertida en humo, trasformara el paisaje en algo irreal.
Cuando mi nieto de 14 años me preguntaba porque quemaban el monte, ciertamente no supe que contestarle, pues las razones de que siempre se quemó para pastos, ahora no son válidas. Sobran pastos y sobran comportamientos que nos afectan a algo que es patrimonio de todos, no de unos pocos.
Feliz año y salud sobre todo.

No hay comentarios: