jueves, 1 de septiembre de 2022

Andar a Ablanes

Berta Suárez. ‌ Cuando "andar a ablanes" formaba parte de la subsistencia de las familias campesinas del Alto Nalón, Kiko el de Josefa "uncía el carru y les vaques" y se iba con toda familia a sus "praos", de más de 100 "parres" algunos de ellos. No perdonaba este cantero de profesión que dejasen una "ablana" sin coger, y era capaz a tirar otra vez de "gavita" si veía aunque fuese un solo "garapiellu" olvidado en la rama más alta. Después, había que arrodillarse para "rebuscar" los frutos que habían quedado en el suelo. Para finalizar la tarea, se cortaban para leña "les ablanares" con el tronco de más diámetro, y se comía la merienda, siempre de productos tan sencillos como naturales. "Sabía tó a gloria", me cuentan por aquí. Volverían no tardando mucho a "solmenar" los manzanales, preludio de un tiempo otoñal de recogida de más cosechas. En el invierno, Kiko continuaría construyendo muros de piedra autóctona para las casas en diversas aldeas de la zona y Josefa se quedaría a cargo de hacienda, animales y personas, y "turrando" la parte de la recogida que no vendían, para ofrecer a las amistades y hacer "casadielles" en Navidad. Comienza por Sobrescobio y Casu el "tiempu de les ablanes", pero casi es un hobby ahora lo de poner la "fardela" y recoger ese fruto seco del color de algunos ojos. Por lo demás, el envoltorio de "les ablanes", los garapiellos, es posible que nos recuerden a nuestro propio hogar, ese refugio donde estamos juntos y protegidos, pero cada quien en su universo particular, todos tan distintos, aunque siempre cercanos y dispuestos a protegernos

martes, 4 de enero de 2022

Los fotógrafos rurales


La historia de los fotógrafos rurales, habría que enmarcarla dentro de la categoría de historiadores de la vida. Sus excepcionales documentos ilustran como nadie, el quehacer diario de las gentes de los pueblos de España. Nunca buscaron el reconocimiento ni el prestigio, solo la supervivencia, aunque algunos en lo postrer de su vida fuesen reconocidos públicamente, como fue el caso de Virxilio Vieitez, el gran retratista gallego, del que aquí publicamos alguna de sus obras. Había logrado un reconocimiento que no buscó: "Durante mi vida, siempre pensé en el trabajo que estaba haciendo y nunca en los reconocimientos pero ahora compruebo que es una satisfacción que alguien premie ese trabajo y, sobre todo, que lo pueda disfrutar en vida, como me está pasando a mí", confesó en noviembre de 2001.


Su alejamiento de lo que ahora entenderíamos como “fama” lo muestra en una fotografía no muy conocida, donde en su pueblo natal, departe con el gran Cartier-Bresson como dos viejos colegas, al lado de unos vinos y unas aceitunas.


Hoy esa foto sería portada de todos los periódicos, en aquel momento solo fue el encuentro de dos hombres apasionados por la misma profesión: la fotografía. Que simple y a la vez que grande esa vieja foto de dos colosos de la imagen.
Aquí en Asturias también tuvimos a algunos de esos fotógrafos. Nuestras comarcas guardan el recuerdo de aquellos artesanos, que primero con caballerías y luego ya montados (los más pudientes) en motos, visitaban las ferias donde a modo de decorado colgaban una sabana, con aviones y barcos de guerra que simulaban lejanos paisajes, donde los mozos y las mozas se imaginaban que iban a conocer a poco que la suerte les mejorara ó consiguieran reunir dinero para un pasaje a ultramar.
Las España de la posguerra, hasta bien entrados los 70, quedo reflejada en las fotos de estos grandes documentalistas, que armados de sus cámaras fuertes y rudimentarias, trazaron un fiel reflejo de un estilo de vida y unas gentes, que hoy no se reconocerían en los actuales. Esa fue su grandeza y por lo que se les recuerda. Sin ellos la historia de nuestras ciudades y pueblos no sería la misma, porque no habría nadie que hiciese esa labor con la maestría que la realizaron ellos, sin esperar a cambio ningún reconocimiento.
Desgraciadamente, sus archivos desaparecieron cuando ellos, en gran parte. Arrumbados en cuartos y finalmente tras su muerte, directamente a la basura, salvo importantes excepciones, caso entre otros de Constantino Suarez, cuya obra la podemos contemplar en la fototeca del pueblo de Asturias.
Este articulo es un homenaje a uno de los fotógrafos que mas “asemeyó” a hombres, mujeres y vaques de Caso, en todos los ambientes, en fiestas, ferias y en velatorios.
Siempre con su inseparable maquina al cuello, reflejó como nadie el alma de los casinos, como muestran muchas de las fotos que ilustran el libro “ Muyeres casines” sin que tuviera el reconocimiento que se mereció, como tampoco lo tuvieron las miles de fotografías y negativos que acabaron en un basurero de Coballes, para vergüenza de todos los que pudieron evitarlo sin hacer nada por ello, solo la disculpa de la ignorancia de las gentes, que solo vieron basura donde se amontonaba la historia gráfica de Caso. Hoy afortunadamente, como queriendo desagraviar a uno de sus vecinos mas famosos, se distingue precisamente por el empeño de sus vecinos en recuperar su historia, incluida la que guardan sus viejas fotografías, que muestran orgullosos en los locales de las viejas escuelas del pueblo.
Va por Vd. Maestro, Francisco González- Foto Vega, aunque sea fuera de plazo.
Monchu Calvo

Segundo de pandemia

Seguimos montados en ese tren en el que mes a mes vamos narrando historias y vivencias, charlas con nuestros mayores, y relatos que tengan que ver con el territorio que habito, un lugar rodeado de valles y montañas, de las que intento con mas voluntad que sapiencia abrir esa ventana que me proporciona esta revista, para que podáis asomaros a ese paisaje que tanto quiero y procuro compartir con todos vosotros. Dos años llevamos, en que nuestras vidas pegaron un cambio radical. Nuestras relaciones, los encuentros sociales, los hábitos de conducta, la vida en general, nos obligó a escoger bien nuestros pasos. En algunos casos en contra de nuestras convicciones, pero la alternativa era peor y muchos la padecieron confinados o en las camas de un hospital, incluso a costa de sus vidas. Los planes y proyectos, incluso a corto plazo, no podemos hacer ninguno, porque en cuestión de horas se pueden truncar, como paso con un acto en el que premiaban con un zurrón (especie de mochila que usan los pastores, fabricada con la piel de un cabrito) la colaboración, junto con mi hermano, en la difusión de este parque de Redes, a través de nuestras fotos y artículos, como los que publica mensualmente esta revista. De momento está suspendido por un contagio de un directivo de la asociación que lo concede. Contaba con dedicarle el artículo de este mes, pero tendrá que esperar. Mientras celebrábamos en familia la cena de nochevieja un extraño olor a quemado nos alarmó, pensando que podría provenir de la propia casa con abundante madera en su estructura. Miramos bien por todos lados, pero lo que vimos a través de las ventanas era un gran incendio forestal que teñía el cielo de rojo. De ahí provenía el olor, asi como la ceniza que como copos de nieve iluminaban las luces de las farolas. Al ser de noche los helicópteros de los bomberos no pudieron actuar, y el brindis y las uvas, tuvieron un sabor amargo.
Los pirómanos sacrificaron la cena para provocar esa herida letal que tiñe de negro muchas hectáreas de monte, afectando en algunos casos a arbolado, incluso cabañas y animales. Cuando por la mañana nos despertó el peculiar ruido de las aspas de los helicópteros anti incendios, que cargaban agua en el cercano embalse para tratar de sofocar el fuego, una tierra negra y humeante se ofrecía ante nuestros ojos. Y lo peor es que surgían nuevos focos, que hicieron que durante todo el primer día del año la niebla convertida en humo, trasformara el paisaje en algo irreal.
Cuando mi nieto de 14 años me preguntaba porque quemaban el monte, ciertamente no supe que contestarle, pues las razones de que siempre se quemó para pastos, ahora no son válidas. Sobran pastos y sobran comportamientos que nos afectan a algo que es patrimonio de todos, no de unos pocos.
Feliz año y salud sobre todo.