miércoles, 26 de octubre de 2011

El hombre enamorau de los árboles

El titulo de esta entrada, bien podía ser también: El hombre enamorado de los montes ó el hombre que escuchaba al viento, por ejemplo.
En nuestro concejo de Caso, aunque yo personalice en un hombre: José Diego, de Orlé, todavía quedan ejemplos donde el mundo de los pastos de altura, y la consiguiente trashumancia de los mismos a las mayadas casinas, significó una forma de vida indisolublemente ligada a la subsistencia.
Mayada del Castiellu, con Oscar Aladro, de Brañafría


Con el sostén que suponía la estancia de un buen número de reses en los montes, en las épocas donde los pueblos, sobre todo por el verano, sus gentes se afanaban en recoger la hierba y las cosechas para luego aguantar los duros inviernos, estas reses se mantenían de forma simple, alimentándose de los pastos que esas zonas de montaña proporcionaban de forma generosa, así como agua de las múltiples fuentes y riegas, que la sabiduría de aquellas gentes procuraba que existiesen en todas las mayadas.
Hoy aquella forma de vida tan ancestral, pudiéramos decir que está desaparecida, ó por lo menos, ya no se realiza como antes. Las antaño pobladas cabañas, yacen derruidas, en gran parte, y si alguna se mantiene en pie es gracias al tesón de sus antiguos moradores, ó posiblemente de sus descendientes, que les dedican el esfuerzo físico y también económico para evitar su desaparición. La administración aunque se les llena la boca con grandes proyectos de recuperación de caminos y mantenimiento de algunas de las mayadas más emblemáticas, con premios incluidos en organismos capitalinos, no deja de ser una mera declaración de intenciones, pues el resultado es difícilmente visible, ó por lo menos no se percibe como hacían antiguamente los propios vecinos que se encargaban de la atención de las sendas, bebezones, cabañas, e incluso elementos de entretenimiento, como las boleras, que había en una buena parte de esos poblamientos, y que se desempeñaba sin que ninguna norma escrita lo obligara. Solamente el acuerdo entre los vecinos fijaba cuando había que repararse tal o cual camino, fuente, cierre, etc.. No había dinero de ningún organismo que ayudara, solamente el trabajo de aquellas gentes, que se preocupaban de mantener aquel equilibrio entre la naturaleza y los humanos, y en ese equilibrio compartían espacio, vacas, perros, jabalíes, urogallos, rebecos, etc, y el hombre. Y ahí es donde retomo el lugar del pastor antes mencionado, José Diego Santos, Pepe a secas.
Junto a la cabaña, y el fresno que plantó al ir a la mili


Este es una persona, no muy alta, pero de complexión robusta. Armado con sus muletas, pues esta casi impedido de las piernas, corre detrás de las vacas en la majada de Piedrafita, las atropa, vigila sus partos, les da su medicina, si la precisan, y ellas le ven como el guardián al que siempre tienen de guía, amén del perro pastor que no se separa de su lado. Aquél es su mundo y lo conoce como la palma de la mano, a él acuden biólogos y guardas de la consejería, cuando tienen que hacer cualquier recuento, y él les enumera de seguido el número de urogallos, machos y hembras, venados, camadas de jabalí, lobos y lobas recién paridas, y así un sinfín de especies que por allí deambulan, pues a todas conoce. No fue a ninguna universidad y los estudios tiene los elementales, pero puede dar una lección sobre biología y medioambiente, al más reputado catedrático.
Pepe, junto al Cuetón de les Travieses


Consciente de su estado físico, asegura que ya no volverá más al monte, que se retirara a un asilo, pero no se lo dice a cualquiera, sino que los primeros en conocer esa intención son los árboles del bosque de Purupintu, a los que les escribe en su piel esa preocupación, y la pena que le da separarse de ellos. Así, encontramos hayas frondosas, con una carta de despedida de Pepe “ Me voy, este es mi último año.1997”. Otra cercana “ Esta vez, de verdad. Adios.1998” En algunas talla la cabeza de un rebeco y en otras valiéndose de su conocimiento del francés, pues estuvo veinte años en Belgica “ Au revoir. Fini, me voy para siempre,adieu” Asi, multitud de fayas y robles, tienen una carta autógrafa de Pepe, y el bosque es como una muestra artística en plena naturaleza casina, que nos ofrece la escritura tallada, de una persona enamorada profundamente de aquel lugar en cada uno de sus árboles, que quedaran como permanentes testigos del hombre que compartió con ellos los días y las noches, los soles y las tempestades, y las que vio tantas veces desprenderse de sus hojas, como años lleva encima el viejo pastor, y que poco a poco, como él dice “me empujan hacia el asilo”.
Una de tantas hayas con los escritos de Pepe


Este año, compartimos con él una botella de vino, y un poco de chorizo, en el paraje espectacular de Piedrafita, y nos enseño su último “graffiti” en una vieja haya “ Me despido de ti,Purupintu,J.D.S 2011” ( Son las iniciales de José Diego Santos) Y no pudo más que entrarnos una congoja muy grande, sabiendo que posiblemente no volveríamos a encontrarnos a una persona de su grandeza en aquellos queridos montes de Casu.


Luego dirigió sus doloridas piernas, que apoyadas en las muletas, recorrieron el camino hasta su vieja cabaña, donde en un camastro de hojas de helecho, se tumbo “ a facer un pocu tiempo, hasta la nuechi”.
Cama en el interior de la cabaña de Pepe

Pastores en una majada


Todo un personaje, y como él tantos otros, que llevaron esa misma vida, Manolo Prado, de Caleao, Oscar Aladro, de Brafafría, pastores de Tarna, Bezanes ,Coballes y tantos pueblos casinos que habitaron aquellas humildes cabañas, pero con la grandeza de haber sido los forjadores de lo que hoy, sus sucesores muestran orgullosos, aunque de aquella grandeza, por desgracia solo queda alguna cabaña en pie, y muchas piedras caídas alrededor. Y por ahora y esperemos que incumpla su promesa de retirarse, Jose Diego. Pepe, de Orlé.
Monchu Calvo

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