jueves, 8 de mayo de 2014

Cesar, el zuequeru de Orlé

Eran años de penurias y escasez en aquel pueblo de Caso, llamado Orlé.
Situado en una soleada ladera, resplandecía luminoso. Sus casas, algunas de buena construcción denotaban la riqueza que tuvieron sus poseedores. Recias paredes de piedra, columnas de piedra en sus portales, y trabajados corredores de cristal y madera se sucedían por las empinadas callejas, que retorcían su rumbo ascendiendo hasta la parte alta de la pendiente.
                                           Orlé

Cuanta la historia que fue señorío feudal  desde  el año 1200, hasta el último señor que ejerció como tal, D. Juan, el Conceyero, en 1860, cuya casa solariega natal estaba radicada en  el concejo de Villaviciosa. En ese año el coto de Orlé se incorporo al concejo de Caso.
Pero estas historias de gentes  de alta alcurnia, poco tienen que ver con el personaje que hoy tratamos, un ser humilde y cuya vida debió de ser de todo menos fácil.  Cesar Fernández Gómez : Cesar, el zuequeru, nació en ultramar. En Cuba, en el lugar de Marianao. Sabemos que su madre posiblemente  abandonó a la familia compuesta por el padre, Francisco, afilador gallego, y su hermano Antonio. No sabemos la causa, pero acabaron recalando en este pueblo casin, padre e hijos. El padre, primero, y luego los hijos, ocupaban  una humilde vivienda  y sobrevivían de trabajos esporádicos que realizaban para los vecinos. Francisco, era muy hábil injertando y como cantero, venían a buscarlo de muchos pueblos para ello. Murió en Orlé, y sus hijos debieron de sobrevivir por su cuenta. Antonio, el mayor acabó en el pueblo pongueto de Taranes, donde ejerció de guarda de caza, y Cesar continuo en el pueblo hasta su muerte.
Esto son pequeños y casi olvidados esbozos de su vida, recordados al encontrar una vieja foto recuperada en una perdida  caja del desván. En ella vemos a un hombre, de no mucha envergadura, pero fornido, que trae  a sus espaldas un rebeco. Levanta oblicua la mirada hacia el anónimo fotógrafo que en aquellos años paró su vista sobre aquella inusual estampa. Él parece sorprendido del interés que despierta. La imagen es hermosa por lo que nos cuenta. Hombre, animal, y naturaleza en perfecta simbiosis. Como una estampa de los hombres primitivos cuando regresaban de sus jornadas de caza, con las piezas al hombro.
Porque Cesar lo utilizaban unos señores que poseían en lo profundo de la montaña un pabellón, que aún subsiste, de caza. Un opulento chalet que hoy vemos discordante en medio de la hermosura del paisaje, y que cuando abatían rebecos ó corzos, él era el encargado de traer alguna pieza al hombro como vemos en la imagen. Cazaba de forma furtiva y también era un hábil pescador de truchas, que luego vendía y con lo que sacaba rápidamente se dirigía al bar de Orencio, a gastarlo en vino. El apodo de zuequero, le venía de su habilidad para fabricar madreñas ( zuecos)

                                                    Cesar, con un rebeco al hombro

Hablaba defectuosamente, pues le faltaba un trozo de lengua. Contaba que siendo pequeño y haciendo burla de su padre, este le propino una bofetada en el mentón, y como estaba sacando la lengua, al cerrar la boca cortó un trozo. Cosas que pasaban.
También se le recuerda restregando ortigas contra su cuerpo sin que estas  le produjeran ningún picor. Contaban los que le conocieron que en una ocasión que el vino le hizo perder el equilibrio, por su causa cayó en un ortigal del que salió totalmente lleno de ampollas. Quizás aquello sirvió de antídoto y quedó inmunizado para siempre.
Era invitado a todas las actividades propias del medio rural, como matanzas, sextaferias, cacerías, entierros y hasta bodas. Sin duda era un hombre, pese a su pobreza, querido por todos. También sabemos que llegó a tener una hija con una vecina del pueblo, aunque nunca se reconoció de forma “oficial” y por ello era provocado con sorna por sus vecinos, cuando le preguntaban ¿ en qué cama vas a dormir esta noche?
                                          Asturianada en el bar del pueblo. Angelin, a la gaita

Cuando me puse a pensar en el tema de este numero de la revista, me vino  a la memoria  aquella vieja fotografía, donde en una perfecta composición se nos ofrece una visión de lo que era la existencia  en los pueblos de Asturias, no hace tantos años. Todavía viven los que le conocieron, a ellos acudí con la foto para que me contasen su vida.

Esta es la historia de un buen hombre que un día fue inmortalizado por un grande de la fotografía en Asturias, Jose Ramon Lueje, montañero y fotógrafo. Al final nos queda ese hermoso documento gráfico como recuerdo de Cesar, el zuequeru de Orlé.

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