Eran años de penurias y escasez en aquel pueblo de Caso,
llamado Orlé.
Situado en una soleada ladera, resplandecía luminoso. Sus
casas, algunas de buena construcción denotaban la riqueza que tuvieron sus
poseedores. Recias paredes de piedra, columnas de piedra en sus portales, y
trabajados corredores de cristal y madera se sucedían por las empinadas
callejas, que retorcían su rumbo ascendiendo hasta la parte alta de la
pendiente.
Orlé
Cuanta la historia que fue señorío feudal desde
el año 1200, hasta el último señor que ejerció como tal, D. Juan, el
Conceyero, en 1860, cuya casa solariega natal estaba radicada en el concejo de Villaviciosa. En ese año el
coto de Orlé se incorporo al concejo de Caso.
Pero estas historias de gentes de alta alcurnia, poco tienen que ver con el
personaje que hoy tratamos, un ser humilde y cuya vida debió de ser de todo
menos fácil. Cesar Fernández Gómez :
Cesar, el zuequeru, nació en ultramar. En Cuba, en el lugar de Marianao.
Sabemos que su madre posiblemente
abandonó a la familia compuesta por el padre, Francisco, afilador
gallego, y su hermano Antonio. No sabemos la causa, pero acabaron recalando en
este pueblo casin, padre e hijos. El padre, primero, y luego los hijos,
ocupaban una humilde vivienda y sobrevivían de trabajos esporádicos que
realizaban para los vecinos. Francisco, era muy hábil injertando y como
cantero, venían a buscarlo de muchos pueblos para ello. Murió en Orlé, y sus
hijos debieron de sobrevivir por su cuenta. Antonio, el mayor acabó en el
pueblo pongueto de Taranes, donde ejerció de guarda de caza, y Cesar continuo
en el pueblo hasta su muerte.
Esto son pequeños y casi olvidados esbozos de su vida,
recordados al encontrar una vieja foto recuperada en una perdida caja del desván. En ella vemos a un hombre, de
no mucha envergadura, pero fornido, que trae
a sus espaldas un rebeco. Levanta oblicua la mirada hacia el anónimo
fotógrafo que en aquellos años paró su vista sobre aquella inusual estampa. Él
parece sorprendido del interés que despierta. La imagen es hermosa por lo que
nos cuenta. Hombre, animal, y naturaleza en perfecta simbiosis. Como una
estampa de los hombres primitivos cuando regresaban de sus jornadas de caza,
con las piezas al hombro.
Porque Cesar lo utilizaban unos señores que poseían en lo profundo
de la montaña un pabellón, que aún subsiste, de caza. Un opulento chalet que
hoy vemos discordante en medio de la hermosura del paisaje, y que cuando
abatían rebecos ó corzos, él era el encargado de traer alguna pieza al hombro
como vemos en la imagen. Cazaba de forma furtiva y también era un hábil
pescador de truchas, que luego vendía y con lo que sacaba rápidamente se
dirigía al bar de Orencio, a gastarlo en vino. El apodo de zuequero, le venía
de su habilidad para fabricar madreñas ( zuecos)
Cesar, con un rebeco al hombro
Hablaba defectuosamente, pues le faltaba un trozo de lengua.
Contaba que siendo pequeño y haciendo burla de su padre, este le propino una
bofetada en el mentón, y como estaba sacando la lengua, al cerrar la boca cortó
un trozo. Cosas que pasaban.
También se le recuerda restregando ortigas contra su cuerpo
sin que estas le produjeran ningún
picor. Contaban los que le conocieron que en una ocasión que el vino le hizo
perder el equilibrio, por su causa cayó en un ortigal del que salió totalmente
lleno de ampollas. Quizás aquello sirvió de antídoto y quedó inmunizado para
siempre.
Era invitado a todas las actividades propias del medio
rural, como matanzas, sextaferias, cacerías, entierros y hasta bodas. Sin duda
era un hombre, pese a su pobreza, querido por todos. También sabemos que llegó
a tener una hija con una vecina del pueblo, aunque nunca se reconoció de forma
“oficial” y por ello era provocado con sorna por sus vecinos, cuando le
preguntaban ¿ en qué cama vas a dormir esta noche?
Asturianada en el bar del pueblo. Angelin, a la gaita
Cuando me puse a pensar en el tema de este numero de la
revista, me vino a la memoria aquella vieja fotografía, donde en una
perfecta composición se nos ofrece una visión de lo que era la existencia en los pueblos de Asturias, no hace tantos
años. Todavía viven los que le conocieron, a ellos acudí con la foto para que
me contasen su vida.
Esta es la historia de un buen hombre que un día fue
inmortalizado por un grande de la fotografía en Asturias, Jose Ramon Lueje,
montañero y fotógrafo. Al final nos queda ese hermoso documento gráfico como
recuerdo de Cesar, el zuequeru de Orlé.
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