Corría el lejano año de 1893. En los enriscados parajes del
concejo de Ponga, existe un lugar como perdido en el mundo. Es un sitio de
difícil acceso, pero de una belleza que hechiza a cualquiera que se deje caer por aquel lugar. Se llama Llué.
Mirarlo en algún mapa, y si vuestras piernas os lo permiten, no dejéis de
visitarlo. Os aseguro que no será fácil de olvidar por su hermosura. Es un edén,
oculto por las montañas que lo protegen.
Llué 1897 cazando el oso
Hoy, solo podéis descubrir tapadas por la maleza, los restos
de lo que fue la cabaña de Martinón. Un hombre de gran fortaleza que vivió en
aquel lugar, antaño provisto de cabaña, molino, y establo de ganado, y del que
solo se desplazaba para adquirir alguna cosa que allí no era posible producir,
como café, tabaco, ó azúcar, al distante San Juan de Beleño ó Puente Vidosa,
viaje que bien le podía consumir el día entero, pese a ser ágil en sus
desplazamientos.
Llegó un día en que nuestro hombre, conoció una buena
muchacha, en un pueblo pongueto, y matrimonió con ella.
Contento y feliz, aparejó una cabalgadura y dispuso a la
mujer en el caballo, dirigiéndose por los intrincados pasos que a través de
aquellos despeñaderos, llegaban a la aldea de Tolivia, donde fue recibido con
gran alborozo por sus vecinos, que se alegraban de que su distante vecino,
mitigase su soledad con la compañía de una buena esposa. Martinón, pese a vivir
en lugar tan inhóspito, era querido por todos, pues siempre se brindaba a
ayudar a quien lo necesitara.
No hacia mucho que en una cacería donde participaba gente de
la nobleza, que se desplazaban en busca del oso, cazado este, se despeñó a un
profundo abismo del todo inaccesible. Nuestro hombre se brindó a rescatar la
pieza, y brincando entre las peñas desapareció en la negrura de la sima. Durante
un tiempo, solo se oía el crepitar de las ramas y ruidos de piedras que rodaban
hasta desaparecer en el río que discurría por el fondo. Al poco, hizo su
aparición la corpulenta mole de nuestro hombre que cargaba con un oso de más de
cien kilos sobre sus espaldas. La pendiente parecía dificultosa de ascender,
encima con aquella pesada carga a sus espaldas, pero en Martinón todo era
posible. Por eso era tan grande su fama.
El invierno se presentaba con extremada dureza, y la nieve
dificultaba realizar las más sencillas faenas. Un manto espeso cubría Llué,
convirtiendo las praderas en un lago blanco.
Para colmo su mujer se encontraba mal, y aquella enfermedad
no daba síntomas de remitir, pese a las pócimas y reposo que Martinón le
ofrecía. El buen hombre, desesperado, había probado todos los remedios que conocía,
y para colmo la nieve impedía moverse para buscar ayuda en los pueblos más
cercanos. Durísima la vida de aquellas gentes, fiando su salud, solo a su
resistencia a las enfermedades, y a la suerte.
Al final, la vida de su querida compañera se extinguió, y
aquel hombre quedó solo con su pena y la soledad, en medio de aquel terrible
silencio de la majada de Llué.
Caserio de Llué, sobre 1900
La empinada cuesta que conducía al collado de Lleces, era
dura, aún en condiciones normales, con nieve era una empresa casi imposible
ascender el cuerpo de su esposa para
darle sepultura en la aldea de Tolivia. Ella, yacía inmóvil en la humilde
alcoba de la pobre cabaña donde desarrollaban sus quehaceres, su vida no pudo
apenas compartirla con aquel hombre que escogió por esposo. La tristeza de
Martinón era infinita, pero ahora lo que tenía que hacer era conservar el
cuerpo de su mujer, hasta que le fuera posible enterrarla en el cementerio de
Tolivia, cuando la nieve y el temporal lo permitiera.
Cogió una pala, y bajo el fresno que tenia junto a la
cabaña, excavó un hueco, donde cogiera el cadáver de su esposa, luego lo cubrió
con un montón de nieve, de forma que el frío mantuviera aquel ser sin
descomponerse.
La noche enseguida cubrió de negrura la majada, y Martín
atrancó la puerta y se dispuso a acostarse después de haber comido algo para acallar el hambre que su cuerpo le
reclamaba.
Pronto, solo se oía el viento correr libremente por el
anfiteatro de Llué. La tormenta de nieve parecía que había cesado por el
momento. De repente un aullido rasgo el silencio, y este fue contestado por
varios, que pronto inundaron aquel escenario. La realidad era terrible, y solo
un hombre de aquel temple, la encajaba sin desmoronarse de miedo. No había
nadie más que él y los lobos, en aquel pequeño espacio. Abrió la puerta de la
cabaña, y la luna bañaba una escena sobrecogedora. Alrededor de la tumba que
había excavado para enterrar a su esposa, cuatro lobos intentaban apartar la
nieve con sus patas, para alcanzar el cuerpo de la mujer. Cogió la vieja
escopeta, y apuntando casi a ciegas detono un disparo que puso en fuga a los
animales, luego procedió a desenterrar el cuerpo de su mujer e introducirlo en
casa, depositándolo a lo largo del escaño. Tenía que subirlo como fuera a
Tolivia y darle sepultura en el cementerio.
Nada mas amanecer, y con la nieve todavía dura a causa del frío,
envolvió el cuerpo de su esposa en unas viejas mantas y lo amarró con cuerdas,
luego se lo echó a la espalda y inició la dura subida al collado de Reces, que
daba paso a la aldea. Fue un trabajo de titanes, por las duras condiciones
reinantes. Al dejar la collada el
monte cambia de ladera y el mundo de Llué desaparece. Martín encuentra el sol
remontando los beyos de Tolivia. Se siente la fuente y el río. Desde la posa de
Cociyón, Martín descansa y ve la forma de las casas. Contempla cómo se eleva
una docena de humos a perderse en el aire limpio de Tolivia, y a voces pide
auxilio.
Llué en la actualidad
Enseguida
algunos mozos y mujeres del pueblo llegan hasta él y le prestan ayuda. Está al
límite de sus fuerzas, pero todavía resiste hasta el cementerio y allí abren
una fosa donde depositan el cuerpo de la mujer que le brindó días de felicidad
mientras pudo compartirla junto a ella.
Hoy, Tolivia,
ya no existe a nivel humano. No hay vida en el recóndito pueblo. Solo el viento
del olvido pasea por sus caminos y entra en las solitarias casas sin ninguna
puerta que lo detenga.
¡ Pero prestar atención a ese silencio ¡
quizás el voluminoso cuerpo de Martinon se acerque al pequeño cementerio a
depositar unas flores sobre una vieja lapida con nombre de mujer.
2 comentarios:
Mui guapa la entrada Monchu... ya conocía la hestoria, pero presta ver les semeyes y l'anéudota del osu ye de munchu cuidáu.
Soi Berto Xuan del blogue Camudando'l Camín
Estuve en Tolivia varias veces pero nunca llegué a Llué. Preciosa y triste historia.
Muchas gracias por escribir.
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