Tenían ganas de conocer a Tito, y
habíamos planeado varias veces la visita, pero por unas cosas y otras fue
quedando para atrás. Esta vez, dijimos que adelante, y allá quedamos en el
Parque de Redes dispuestos a pasar un día, encima radiante, entre paisaje,
paisanaje y fotografía.
La venta de Les Lleres, que algún amigo conoce, es un lugar que nunca te defrauda. La vieja y decrepita
casona, allí se nos descubre después de un corto trayecto entre bosque,
mientras por un rustico puente cruzamos el rio Orlé, que cantarín serpentea
entre piedras, donde el tiempo borro aristas que el agua rodea con sus brazos
de espuma blanca. La mirada se derrama por un valle de prados verdes,
curiosamente no se ven vacas y ovejas, que en previsión de nieve aguardan tranquilas
en los establos.
Desde fuera de la portilla ya
divisamos la figura de nuestro anfitrión, que nos espera apoyado en su cayado.
Al llegar le doy un abrazo. Y le presento a mis amigos a los que saluda
campechano. Le digo que esta vez no llevamos ninguna mujer como modelo, pero le
prometo que en este año algo haremos en su casa, alguna sesión fotográfica, con
las guapas mozas a lo que lo tenemos acostumbrado.
Tito es un personaje singular. Vive
con su hermano Toni en el cercano pueblo de Nieves. Tiene creo cerca de los
ochenta años, si no los dejo atrás, pero, aunque tuvo en años pasados algún
escarceo amoroso, no fue lo suficiente para retirarlo de la soltería
impenitente de tantos varones célibes que habitan nuestros pueblos.
Y se viene en su coche casi todos los
días a este viejo caserón del siglo XVII que nunca sufrió reformas, mas allá de
retejar de vez en cuando. Y pasa las mañanas atendiendo a sus animales y
sentado delante del fuego que chisporrotea alegre, luchando para calentar la
amplia cocina, donde un sofá cama, cubierto con tosca manta, acoge el reposo en
las largas horas que le dejan las vacas entre las cebas de mañana y tarde.
Un viejo transistor le hace compañía.
Dice que lo prefiere mas que la televisión, que solo la pone en su casa mas que
para ver “el parte”. Es esa compañía fiel que te cuenta cosas que pasan, que
asistes como oyente a los muchos debates y tertulias, donde tú, que eres perro
viejo, sabes que mucho de lo que dicen es mentira. Y la conversación deriva
sobre el abandono de nuestros pueblos, casi tema obligado, cuando tenemos
presente a uno de sus exponentes. Y nos dice que sí, que esto se acaba, “Nadie sabe qué ocurrirá en una generación”. Falta de oportunidades,
emigración, desarticulación, envejecimiento, despoblación, extinción. Esta es
la realidad de la España que desaparece del mapa. “Es como un cáncer: se lo va
comiendo todo, sin parar. Es horrible”, por mucho
que los expertos apunten propuestas, que, aunque suenen muy bien son
irrealizables. Él nos dice que detrás de ellos ya no queda nadie que continúe
con esa labor. Tienen buenas tierras y casas como les LLeres, por la que pagó
hace muchos años trescientas mil pesetas. Un dineral, de aquella, pero hoy
languidece cuando ves en algunas de las partes de la finca, avanzar pequeñas
manchas de helechos y matorral, aprovechando que estos meses el ganado está
guardado.
Y te da tristeza porque sabes que es
cierto, que la naturaleza es preciosa y es reconfortante disfrutar de ella,
pero muy pocos la cuidan y se preocupan de que una tierra por bonita que sea,
sin vecinos no existe paraíso, o como escuchamos no hace mucho a una
periodista,
Hoy, solo como detalle, poco más de
treinta niños van a un solo colegio de la capital del concejo. Antes,
cualquiera de los veintidós pueblos que lo componen, tenía mas niños en edad
escolar.
Una inmersión a la realidad de un mundo
que desaparece, una visión desde nuestras cámaras fotográficas, y una
oportunidad que quizás en breve no podamos repetir, cuando nadie encienda el
transistor de nuestro amigo Tito.
Creo que Tito disfrutó de nuestra
compañía, porque amablemente posaba para nosotros en los lugares donde le
mandábamos ponerse. Quizás también él es un poco presumido, y recordaría las
mismas sugerencias a las guapas modelos que recorrieron esos mismos salones y
corredores, y el repetía las posturas que guardaba en su memoria.
Reconozco que cuatro fotógrafos podemos
llegar a ser muy pesados, pero también os puedo asegurar que nuestro anfitrión
en ningún momento puso gesto de cansancio o aburrimiento, solo apagó el
transistor para que el locutor no lo distrajera de su labor como modelo.
Que gente como Tito nos dure muchos
años.
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