miércoles, 12 de febrero de 2020

El hombre del transitor


Tenían ganas de conocer a Tito, y habíamos planeado varias veces la visita, pero por unas cosas y otras fue quedando para atrás. Esta vez, dijimos que adelante, y allá quedamos en el Parque de Redes dispuestos a pasar un día, encima radiante, entre paisaje, paisanaje y fotografía.
La venta de Les Lleres, que algún amigo conoce, es un lugar que nunca te defrauda. La vieja y decrepita casona, allí se nos descubre después de un corto trayecto entre bosque, mientras por un rustico puente cruzamos el rio Orlé, que cantarín serpentea entre piedras, donde el tiempo borro aristas que el agua rodea con sus brazos de espuma blanca. La mirada se derrama por un valle de prados verdes, curiosamente no se ven vacas y ovejas, que en previsión de nieve aguardan tranquilas en los establos.
Desde fuera de la portilla ya divisamos la figura de nuestro anfitrión, que nos espera apoyado en su cayado. Al llegar le doy un abrazo. Y le presento a mis amigos a los que saluda campechano. Le digo que esta vez no llevamos ninguna mujer como modelo, pero le prometo que en este año algo haremos en su casa, alguna sesión fotográfica, con las guapas mozas a lo que lo tenemos acostumbrado.
Tito es un personaje singular. Vive con su hermano Toni en el cercano pueblo de Nieves. Tiene creo cerca de los ochenta años, si no los dejo atrás, pero, aunque tuvo en años pasados algún escarceo amoroso, no fue lo suficiente para retirarlo de la soltería impenitente de tantos varones célibes que habitan nuestros pueblos.



Y se viene en su coche casi todos los días a este viejo caserón del siglo XVII que nunca sufrió reformas, mas allá de retejar de vez en cuando. Y pasa las mañanas atendiendo a sus animales y sentado delante del fuego que chisporrotea alegre, luchando para calentar la amplia cocina, donde un sofá cama, cubierto con tosca manta, acoge el reposo en las largas horas que le dejan las vacas entre las cebas de mañana y tarde.



Un viejo transistor le hace compañía. Dice que lo prefiere mas que la televisión, que solo la pone en su casa mas que para ver “el parte”. Es esa compañía fiel que te cuenta cosas que pasan, que asistes como oyente a los muchos debates y tertulias, donde tú, que eres perro viejo, sabes que mucho de lo que dicen es mentira. Y la conversación deriva sobre el abandono de nuestros pueblos, casi tema obligado, cuando tenemos presente a uno de sus exponentes. Y nos dice que sí, que esto se acaba, “Nadie sabe qué ocurrirá en una generación”. Falta de oportunidades, emigración, desarticulación, envejecimiento, despoblación, extinción. Esta es la realidad de la España que desaparece del mapa. “Es como un cáncer: se lo va comiendo todo, sin parar. Es horrible, por mucho que los expertos apunten propuestas, que, aunque suenen muy bien son irrealizables. Él nos dice que detrás de ellos ya no queda nadie que continúe con esa labor. Tienen buenas tierras y casas como les LLeres, por la que pagó hace muchos años trescientas mil pesetas. Un dineral, de aquella, pero hoy languidece cuando ves en algunas de las partes de la finca, avanzar pequeñas manchas de helechos y matorral, aprovechando que estos meses el ganado está guardado.
Y te da tristeza porque sabes que es cierto, que la naturaleza es preciosa y es reconfortante disfrutar de ella, pero muy pocos la cuidan y se preocupan de que una tierra por bonita que sea, sin vecinos no existe paraíso, o como escuchamos no hace mucho a una periodista,
Hoy, solo como detalle, poco más de treinta niños van a un solo colegio de la capital del concejo. Antes, cualquiera de los veintidós pueblos que lo componen, tenía mas niños en edad escolar.
Una inmersión a la realidad de un mundo que desaparece, una visión desde nuestras cámaras fotográficas, y una oportunidad que quizás en breve no podamos repetir, cuando nadie encienda el transistor de nuestro amigo Tito.
Creo que Tito disfrutó de nuestra compañía, porque amablemente posaba para nosotros en los lugares donde le mandábamos ponerse. Quizás también él es un poco presumido, y recordaría las mismas sugerencias a las guapas modelos que recorrieron esos mismos salones y corredores, y el repetía las posturas que guardaba en su memoria.



Reconozco que cuatro fotógrafos podemos llegar a ser muy pesados, pero también os puedo asegurar que nuestro anfitrión en ningún momento puso gesto de cansancio o aburrimiento, solo apagó el transistor para que el locutor no lo distrajera de su labor como modelo.
Que gente como Tito nos dure muchos años.

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