domingo, 29 de marzo de 2020

Coronavirus y otras pestes en Asturias



Inmersos como estamos en una terrible pandemia mundial, con tecnología capaz de llegar a Marte y dar la vuelta, pero nos paraliza y nos mata un ser insignificante que hay que ver al microscopio.
Pero esto no es de ahora, ya viene de atrás. Os cuento..
Si por un momento pudiésemos retraernos al pasado, no muy lejano, 150 ó 200 años atrás, veríamos que Laviana, Rioseco o Campo de Caso, eran poco mas que unos grupos de casas agrupadas, generalmente con un rio cerca y tierras de labor donde sembraban hortalizas y cereales, sobre todo maíz. Los pueblos de montaña tenían unas condiciones muy precarias de subsistencia. Las casas son pobres en su inmensa mayoría, y aparecen agrupadas en promiscuidad lamentable, con cuadras y cochineras, hasta el punto que, es común, el techo que cubre la casa del hombre, y el de los animales.
Casas cuadradas de piedra unida por argamasa, sin revoco las mas de las veces, ó en muchos casos toscas paredes con un trenzado de varas de avellano y barro, llamadas de cebatu, en algunas ocasiones blanqueadas con la cal de algún calero cercano, o tintes de cualquier chamizo de hierro  u otro mineral. Ventanas pequeñas, suelos de tierra pisada, y de llávana, cuando se podía.
Vida ciertamente difícil, y generalmente  con abundancia de trabajo, y una alimentación con muchas carencias. Hijos en abundancia, que subsistían casi de manera milagrosa, pues poco tiempo habría para ocuparse de ellos. Todo ello en tiempos que la climatología era severa, con abundancia de lluvia y nieve. En ese paisaje trascurrían las vidas de nuestros vecinos, y quizás los abuelos, o abuelas de alguno de vosotros todavía les hayan tocado aquellos tiempos y hayáis escuchado alguna historia como las que aquí relatamos.
El mal de la dieta de maíz, llamado también mal de la rosa, ó pelagra, era una enfermedad que afectó a muchos habitantes de nuestras aldeas. Fue diagnosticada por Gaspar Casal, médico que trabajaba para el cabildo ovetense, por primera vez en  1735, y pudiéramos decir que tuvo incidencia prácticamente en toda la región.
En su opinión, imbuido por el espíritu de Hipócrates, la achacaba a las alteraciones del clima y a una dieta anómala. Aspecto que dejó reflejado en la monografía titulada "Historia natural y médica del Principado de Asturias". La gente popular la conocía como "mal de la rosa", por el collar de ese color que se formaba en la piel del cuello.
En palabras de Casal, no hay otra que la gane a horrible y contumaz, porque a la observación clínica se presentaba con demencia (trastornos sensoriales), diarrea y dermatitis. A nivel de piel, provocaba una espantosa costra de color negruzco que, penetrando hasta la carne viva, producía gran dolor, quemazón y molestia, localizada en metacarpos, metatarsos y alrededor del cuello. Además, refería que aparecía hacia el equinoccio de primavera y desaparecía durante el verano.

En 1760 pasó a conocerse como "lepra asturiensis" en la "Nosología methodica" de Sauvages. Denominación totalmente errónea, pero en aquella época el concepto de lepra encubría diversas dermatosis y por supuesto la más temerosa de todas ellas, la auténtica lepra, causada por el bacilo de Hansen.
La sospecha inicial ya la había dejado referenciada el propio Casal al indicar que se trataba de una enfermedad que se desarrollaba entre la gente de clase baja, donde imperaba una dieta monótona a base de maíz, pues pocos mas cereales había disponibles, comían muy poca fruta y escasa carne y pescado.
Gracias a las investigaciones del bioquímico asturiano Grande Covián se sabe que la dieta exclusiva a base de maíz provoca la enfermedad, porque la niacina de este grano se encuentra combinada y no puede utilizarse en el aparato digestivo. Además, casi la mitad de las proteínas del maíz corresponde a la zeína, sustancia pobre en triptófano. El mal se puede revertir si aportamos a la dieta el aminoácido carencial juntamente con una cantidad suficiente de vitamina B3, porque con esta combinación el organismo puede sintetizar ácido nicotínico, tal como expone Francisco Grande en "El maíz y la pelagra".

Un punto clave para resolver el enigma planteado estuvo en el análisis de las culturas mexicanas, donde estaba extendido el uso del maíz sin que hubiera enfermedad. La razón para ello residía en el modo de preparación del grano, pues los aztecas y los mayas ablandaban el maíz con una solución alcalina, el agua de cal, para hacerlo comestible. De esta manera se liberaba niacina y triptófano, que se absorbían en el tubo digestivo.
El maíz, como seguramente conocen, llegó desde América. En México ya se cultivaba hace al menos 7.000 años y en cuanto los conquistadores lo descubrieron se dieron cuenta del potencial que podía tener para matar el hambre en Europa. Cuentan que el primero en pasar el charco con él fue un asturiano, el almirante D. Gonzalo Méndez de Cancio, que había sido gobernador y capitán general de La Florida y que trajo en 1604 dos arcas llenas de semillas para sembrarlo en sus heredades. Efectivamente, consta que al año siguiente se recogió en la zona de Tapia de Casariego, donde él vivía, una buena cosecha, pero sabemos que el cereal ya se daba en Sevilla desde mediados del siglo XVI y también en Asturias donde Marino Busto ha localizado un testamento fechado en Carreño en 1598, en el que los herederos reciben entre otros bienes «una fanega de maizo y otra de panizo»
El Padre Feijoo dejó escrito sobre la miseria de los campesinos asturianos que «sus vestidos, sus camisas, sus lechos y sus habitaciones son semejantes a sus alimentos: cuatro trapos cubren sus carnes, o mejor diré, que por las muchas roturas que tienen las descubren. La habitación está igualmente rota que el vestido, de modo que el viento y la lluvia se entran en ella como por su casa », de manera que todo servía para aliviar la necesidad: las cañas y los tarucos valían como forraje, e incluso los más pobres empleaban las hojas de las panoyas  como relleno de sus colchones. 
Quizás conmocionado por esa realidad que encontró en su pueblo de Soto de Agues, Fernando Blanco, indiano que retorno con riqueza, sufragó de su bolsillo la traída de aguas desde la fuente El Carrascal al pueblo, en el año 1919, siendo el primer pueblo del alto Nalón, incluida Laviana, si los datos no nos engañan, en disponer de agua corriente en las casas
.
Poco a poco la dieta alimenticia fue haciéndose mas variada, plantándose centeno y escanda, trigo en algunos lugares, de Caso sobre todo, y aquella terrible dolencia fue poco a poco desapareciendo, a la vez que mejoraron las condiciones de limpieza gracias al agua corriente que salía de los grifos.
Otra cruel epidemia causo muchas muertes en el pueblo de Beneros, en este caso fue el tifus, en los años de la postguerra, debido a contagios externos y las pocas condiciones higiénicas en las viviendas.

El primer brote de esta enfermedad infecto-contagiosa se registró en Asturias en 1573 y su mayor foco surgió en Nava en 1786. En 1875 apareció en Villaviciosa, Piloña y Colunga. Un año después lo hacía de nuevo en Colunga, donde entre marzo y diciembre provocó 127 muertes (28 hombres, 32 mujeres y 67 niños). En diciembre de 1876 brotó en Cangas de Onís, con 24 contaminados y 6 muertos. En 1883 la encontramos en Las Regueras. No obstante, el punto más dramático lo situamos en Nava el 5 de junio de 1786, donde, según la crónica de Antonio Carreño y Cañedo, alférez mayor de Oviedo y diputado del Principado de Asturias, indicaba al señor regente que el mal llevaba asentado dos años y había matado "adultos de setenta a ochenta y de párvulos de cuarenta a cincuenta". Del concejo en cuestión opinaba que reinaba la escasez de comida, la falta de higiene personal y la suciedad en el ambiente. Su curva de acción preferente es en el invierno y la primavera. También es conocida como fiebre pútrida, fiebre pulicular o punticular, pulgón tabardillo o tabardete o pintas, para nosotros los asturianos tabardillu pintu. Trasmitido por piojos o pulgas
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En algunos de nuestros pueblos, todavía podemos contemplar las míseras casas donde hacían su vida nuestros antepasados, aunque hoy afortunadamente rivalizan por su belleza y gozan de todas las ventajas sanitarias. Sin embargo, en la actualidad, ni la higiene, ni la buena alimentación, sin carencia de vitaminas, no evitó que un virus microscópico esté produciendo tantas muertes en el mundo, y lo que es peor, sin ningún medicamento que nos defienda. Allí nos tiene enclaustrados en nuestras casas, y evitando todo contacto con nuestros vecinos y ciudadanos.

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