Inmersos como estamos en una terrible pandemia mundial, con tecnología capaz de llegar a Marte y dar la vuelta, pero nos paraliza y nos mata un ser insignificante que hay que ver al microscopio.
Pero esto no
es de ahora, ya viene de atrás. Os cuento..
Si por un
momento pudiésemos retraernos al pasado, no muy lejano, 150 ó 200 años atrás, veríamos
que Laviana, Rioseco o Campo de Caso, eran poco mas que unos grupos de casas
agrupadas, generalmente con un rio cerca y tierras de labor donde sembraban
hortalizas y cereales, sobre todo maíz. Los pueblos de montaña tenían unas
condiciones muy precarias de subsistencia. Las casas son pobres en su inmensa
mayoría, y aparecen agrupadas en promiscuidad lamentable, con cuadras y
cochineras, hasta el punto que, es común, el techo que cubre la casa del
hombre, y el de los animales.
Casas
cuadradas de piedra unida por argamasa, sin revoco las mas de las veces, ó en
muchos casos toscas paredes con un trenzado de varas de avellano y barro,
llamadas de cebatu, en algunas ocasiones blanqueadas con la cal de algún calero
cercano, o tintes de cualquier chamizo de hierro u otro mineral. Ventanas pequeñas, suelos de
tierra pisada, y de llávana, cuando se podía.
Vida
ciertamente difícil, y generalmente con
abundancia de trabajo, y una alimentación con muchas carencias. Hijos en
abundancia, que subsistían casi de manera milagrosa, pues poco tiempo habría
para ocuparse de ellos. Todo ello en tiempos que la climatología era severa,
con abundancia de lluvia y nieve. En ese paisaje trascurrían las vidas de
nuestros vecinos, y quizás los abuelos, o abuelas de alguno de vosotros todavía
les hayan tocado aquellos tiempos y hayáis escuchado alguna historia como las
que aquí relatamos.
El mal de la
dieta de maíz, llamado también mal de la rosa, ó pelagra, era una enfermedad
que afectó a muchos habitantes de nuestras aldeas. Fue diagnosticada por Gaspar
Casal, médico que trabajaba para el cabildo ovetense, por primera vez en 1735, y pudiéramos decir que tuvo incidencia
prácticamente en toda la región.
En su
opinión, imbuido por el espíritu de Hipócrates, la achacaba a las alteraciones
del clima y a una dieta anómala. Aspecto que dejó reflejado en la monografía
titulada "Historia natural y médica del Principado de Asturias". La
gente popular la conocía como "mal de la rosa", por el collar de ese
color que se formaba en la piel del cuello.
En
palabras de Casal, no hay otra que la gane a horrible y contumaz, porque a la
observación clínica se presentaba con demencia (trastornos sensoriales), diarrea
y dermatitis. A nivel de piel, provocaba una espantosa costra de color negruzco
que, penetrando hasta la carne viva, producía gran dolor, quemazón y molestia,
localizada en metacarpos, metatarsos y alrededor del cuello. Además, refería
que aparecía hacia el equinoccio de primavera y desaparecía durante el verano.
En 1760 pasó a conocerse como "lepra
asturiensis" en la "Nosología methodica" de Sauvages.
Denominación totalmente errónea, pero en aquella época el concepto de lepra
encubría diversas dermatosis y por supuesto la más temerosa de todas ellas, la
auténtica lepra, causada por el bacilo de Hansen.
La sospecha inicial ya la había dejado
referenciada el propio Casal al indicar que se trataba de una enfermedad que se
desarrollaba entre la gente de clase baja, donde imperaba una dieta monótona a
base de maíz, pues pocos mas cereales había disponibles, comían muy poca fruta
y escasa carne y pescado.
Gracias a las investigaciones del bioquímico
asturiano Grande Covián se sabe que la dieta exclusiva a base de maíz provoca
la enfermedad, porque la niacina de este grano se encuentra combinada y no
puede utilizarse en el aparato digestivo. Además, casi la mitad de las
proteínas del maíz corresponde a la zeína, sustancia pobre en triptófano. El
mal se puede revertir si aportamos a la dieta el aminoácido carencial
juntamente con una cantidad suficiente de vitamina B3, porque con esta
combinación el organismo puede sintetizar ácido nicotínico, tal como expone
Francisco Grande en "El maíz y la pelagra".
Un punto clave para resolver el enigma planteado
estuvo en el análisis de las culturas mexicanas, donde estaba extendido el uso
del maíz sin que hubiera enfermedad. La razón para ello residía en el modo de
preparación del grano, pues los aztecas y los mayas ablandaban el maíz con una
solución alcalina, el agua de cal, para hacerlo comestible. De esta manera se
liberaba niacina y triptófano, que se absorbían en el tubo digestivo.
El maíz, como seguramente conocen,
llegó desde América. En México ya se cultivaba hace al menos 7.000 años y en
cuanto los conquistadores lo descubrieron se dieron cuenta del potencial que
podía tener para matar el hambre en Europa. Cuentan que el primero en pasar el
charco con él fue un asturiano, el almirante D. Gonzalo Méndez de Cancio, que
había sido gobernador y capitán general de La Florida y que trajo en 1604 dos
arcas llenas de semillas para sembrarlo en sus heredades. Efectivamente, consta
que al año siguiente se recogió en la zona de Tapia de Casariego, donde él
vivía, una buena cosecha, pero sabemos que el cereal ya se daba en Sevilla
desde mediados del siglo XVI y también en Asturias donde Marino Busto ha
localizado un testamento fechado en Carreño en 1598, en el que los herederos
reciben entre otros bienes «una fanega de maizo y otra de panizo»
El Padre Feijoo dejó escrito sobre
la miseria de los campesinos asturianos que «sus vestidos, sus camisas, sus
lechos y sus habitaciones son semejantes a sus alimentos: cuatro trapos cubren
sus carnes, o mejor diré, que por las muchas roturas que tienen las descubren.
La habitación está igualmente rota que el vestido, de modo que el viento y la
lluvia se entran en ella como por su casa », de manera que todo servía para
aliviar la necesidad: las cañas y los tarucos valían como forraje, e incluso
los más pobres empleaban las hojas de las panoyas como relleno de sus colchones.
Quizás conmocionado por esa
realidad que encontró en su pueblo de Soto de Agues, Fernando Blanco, indiano
que retorno con riqueza, sufragó de su bolsillo la traída de aguas desde la
fuente El Carrascal al pueblo, en el año 1919, siendo el primer pueblo del alto
Nalón, incluida Laviana, si los datos no nos engañan, en disponer de agua
corriente en las casas
.
.
Poco a poco la dieta alimenticia
fue haciéndose mas variada, plantándose centeno y escanda, trigo en algunos
lugares, de Caso sobre todo, y aquella terrible dolencia fue poco a poco
desapareciendo, a la vez que mejoraron las condiciones de limpieza gracias al
agua corriente que salía de los grifos.
Otra cruel epidemia causo muchas
muertes en el pueblo de Beneros, en este caso fue el tifus, en los años de la
postguerra, debido a contagios externos y las pocas condiciones higiénicas en
las viviendas.
El primer brote de esta enfermedad
infecto-contagiosa se registró en Asturias en 1573 y su mayor foco surgió en
Nava en 1786. En 1875 apareció en Villaviciosa, Piloña y Colunga. Un año
después lo hacía de nuevo en Colunga, donde entre marzo y diciembre provocó 127
muertes (28 hombres, 32 mujeres y 67 niños). En diciembre de 1876 brotó en
Cangas de Onís, con 24 contaminados y 6 muertos. En 1883 la encontramos en Las
Regueras. No obstante, el punto más dramático lo situamos en Nava el 5 de junio
de 1786, donde, según la crónica de Antonio Carreño y Cañedo, alférez mayor de
Oviedo y diputado del Principado de Asturias, indicaba al señor regente que el
mal llevaba asentado dos años y había matado "adultos de setenta a ochenta
y de párvulos de cuarenta a cincuenta". Del concejo en cuestión opinaba
que reinaba la escasez de comida, la falta de higiene personal y la suciedad en
el ambiente. Su curva de acción
preferente es en el invierno y la primavera. También es conocida como fiebre
pútrida, fiebre pulicular o punticular, pulgón tabardillo o tabardete o pintas,
para nosotros los asturianos tabardillu pintu. Trasmitido por piojos o pulgas
.
.
En algunos de nuestros pueblos, todavía podemos
contemplar las míseras casas donde hacían su vida nuestros antepasados, aunque
hoy afortunadamente rivalizan por su belleza y gozan de todas las ventajas
sanitarias. Sin embargo, en la actualidad, ni la higiene, ni la buena
alimentación, sin carencia de vitaminas, no evitó que un virus microscópico
esté produciendo tantas muertes en el mundo, y lo que es peor, sin ningún
medicamento que nos defienda. Allí nos tiene enclaustrados en nuestras casas, y
evitando todo contacto con nuestros vecinos y ciudadanos.
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