viernes, 7 de noviembre de 2008

Otoño en Redes





El manto de helechos que cubre la ladera, las frondas de los castaños y robles y fayas y nogales, las tierras de maíz... ya tienen los matices otoñales de cobre, que se tornan en oro viejo cuando luce el sol. Con la otoñada hay un tibio renacer de la primavera en la floración de la hiedras y praderías. Y en los pomares flamean las manzanas con todas las gamas imaginables de rojos, granas, verdes, amarillos: en las sebes, los frutos encendidos de los acebos.Los pueblos de nuestra región lanzan estelas de humo al cielo através de las chimeneas, quizás ese símbolo sea el más diferenciador con respecto a las ciudades. En los pueblos se "atiza", bien la cocina o la chimenea, afortunadamente para los que podemos disfrutar de ese ancestral placer y nos dejamos envolver por ese calor que ninguna calefacción de las "modernas" a conseguido igualar todavia, como no se ha conseguido que un guiso hecho en la cocina tradicional de carbón o leña, se parezca al mas sofisticado de las cocinas de diseño de nuestras casas urbanas. Es el padre Otoño que muestra su cabeza galana y ofrece generoso sus frutos al hombre que ha buscado la paz y el dulce sueño en el campo, lejos del mundanal ruido. Así lo vio Horacio y así lo tradujo Fray Luis de León y lo cantó desde la celda oscura de la cárcel (se canta lo que se pierde y lo que se añora). Pero esta estampa bucólica no se corresponde con los días que están corriendo. Se ha adelantado el 'abuelo' invierno, que ha irrumpido sin aviso con todo su aparato de inclemencias. Los más viejos y con buena memoria, cercados por la nieve o con el agua de la lluvia hasta en la cocina, aseguran que en toda su vida vieron cosa igual. ¿Síntomas de una naturaleza estresada por tanto CO2 que tiene que digerir y que atosiga y se desata en ataques histéricos? Es decir, ¿indicios del cambio climático?: «Un problema que quizá, o quizá no, tendrán nuestros tataranietos» (auguran algunos) En la ciudad, la entrada del tiempo invernal es anunciada por la ocupación nocturna de los zaguanes bancarios por parte de mendigos que duermen allí sus sueños benditos sobre cartones y junto al reconfortante tetrabrik de vino y un bocata a medio comer (que «otoño entrante, la barriga tirante», aconseja el refrán) y la bolsa de plástico donde guardan sus enseres. Lo cierto es que en el campo la testa del padre Otoño, contemplada tras los cristales, entre la borrina, el pedrisco y los aguaceros, más que al retrato que le pintó Archimboldo se parece a la cabeza de un gallo tísico, despeluchado y con la cresta caída. Dicen los llagareros que sin sol en el tiempo de maduración, la manzana de esta cosecha será pobre en azúcares y dará una sidra sin demasiado alcohol. No les vendrá mal a los que elaboran la «iSidra», que aún no he tenido ocasión de catar. Y podrá consumirse más de la tradicional, muy conveniente -sostenía allá en el siglo XVII John Parkinson- para expulsar la bilis negra por el ventoseo que produce. Ignoro si el herborista inglés sabía que el efecto se potencia si se toma sidra del duernu con castañes -el amagüestu--. La bilis negra es causante de la melancolía, la depresión y la inactividad: tres manifestaciones del síndrome del individuo azotado por la crisis económica, que ya va al galope cruzando este otoño-invierno.




Cruzas por el crepúsculo.El aire tienes que separarlo casi con las manos de tan denso, de tan impenetrable.Andas. No dejan huellas tus pies. Cientos de árboles contienen el aliento sobre tu cabeza. Un pájaro no sabe que estás allí, y lanza su silbido largo al otro lado del paisaje.El mundo cambia de color: es como el eco del mundo. Eco distante que tú estremeces, traspasando las últimas fronteras de la tarde



Angel Gonzalez


2 comentarios:

Daniel dijo...

Que maravilla es el otoño en Asturias. Saludos.

bueres dijo...

Puedes estar seguro que sí.